¡Basta de sangre!
Ricardo Rocha
Porque ya somos el país más violento del mundo. Las dos guerras de Estados Unidos contra los talibanes en Afganistán y Paquistán sumaron el año pasado 6 mil 800 muertos. En México fueron casi el triple, 15 mil 273 muertos, en lo que el propio presidente Calderón calificó de “guerra” contra el crimen organizado, aunque ahora lo niegue. Lo peor es que su gobierno afirma que vamos ganando, cuando todos sabemos que es una guerra perdida porque: ni ha disminuido el tráfico y el consumo de drogas en Estados Unidos y en México; ni han sido detenidos y juzgados los grandes capos y sus peces gordos y cómplices en el gobierno. Además de que cada vez hay más violencia que crece geométricamente: en 2007, dos mil 47 muertos; en 2008, cinco mil 376; en 2009, nueve mil 614; para alcanzar los más de 15 mil en 2010 en un acumulado estremecedor de 34 mil 612 crímenes en lo que va del sexenio. No obstante, el ínclito vocero Poiré nos quiere tomar el pelo con la clasificación engañosa de que son 30 mil los casos de “ejecuciones”, tres mil de “enfrentamientos” y 544 de “homicidios agresiones”. Cuando la sospecha generalizada es que suman muchos miles de civiles inocentes víctimas de fuego cruzado o de la barbarie de los soldados en los retenes o en cualquier otra parte.
En este escenario que nos exhibe ya como la guerra más cruel —y seguramente más absurda— del planeta surgió hace unos días la iniciativa forjada por ese periodista sin par que es don Julio Scherer García y el maestro de maestros de los moneros mexicanos, Eduardo del Río, Rius: ¡Basta de sangre! Una inquietud ciudadana que ha tenido una gran recepción no sólo entre cartonistas, analistas e intelectuales, sino en la población en general. Una propuesta tan sencilla como profunda que consiste en promover la difusión de este mensaje “Basta de sangre” del modo que decida la creatividad de cada quien. Se trata, como es obvio, de que el gobierno lo escuche al fin luego de que ha ignorado las encuestas y aun los sondeos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) que confirman el hartazgo, el miedo y la convicción de que en este 2011 la situación empeorará todavía más. La percepción como realidad, tal cual sintetiza acertadamente el editorial EL UNIVERSAL publicado el pasado 12 de enero. Lo mismo que pronostica la mismísima Organización de las Naciones Unidas (ONU) para este México nuestro de todos los días: “La prolongación de la violencia por tiempo indefinido”.
Así que cualquiera diría que todos estos datos y advertencias habrían sido más que suficientes para que el gobierno calderonista hiciera un alto, repensara y rehiciera su estrategia. No ha sido así. Pero por lo pronto —será casualidad o causalidad— apenas cinco días después del lanzamiento de ¡Basta de sangre!, el presidente Calderón revivió —al menos por esta vez— su convocatoria de Diálogos por la Seguridad. En esta reunión, Eduardo Gallo, presidente de México Unido contra la Delincuencia, lo encaró, como nadie lo ha hecho hasta ahora, para darle un diagnóstico descarnado pero absolutamente certero: la estrategia es fallida porque carece de objetivos, metas y parámetros de evaluación que permitan medir sus resultados y hacerle las adecuaciones del caso; las acciones de enfrentar a los cárteles con poder de fuego generan más violencia en lugar de reducirla con otras tácticas; los niveles de corrupción (en los organismos oficiales y de justicia) son brutales; los derechos humanos —de millones de mexicanos— a la vida, a la seguridad y a la integridad han sido pisoteados por la violencia.
En resumen, una delincuencia organizada combatida por un gobierno desorganizado que no ha optado por tácticas inteligentes, como desmembrar las redes financieras de los cárteles y capturar y juzgar a los narcotraficantes en operativos quirúrgicos como se hace en otros países, en lugar de matarlos en baños de sangre que los enfurecen.
Le pregunté a Gallo si habían acordado una nueva reunión y me dijo que no. Lo cual me parece una mala señal. Casi tanto como la del Presidente declarando al final de ese encuentro que “tiene prisa” y que no dejará las cosas a medias en su guerra: el Estado soy yo; el gobierno soy yo; y la verdad también soy yo.
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Periodista
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