"Acción Nacional es un equívoco"
CARLOS ARRIOLA*
Tal es el título que el católico ultraortodoxo Jesús Guiza y Acevedo utilizó para su libro (Ed. Polis, 1966), cuando renunció a 25 años de militancia en el PAN, a pesar de haber sido un distinguido miembro fundador. Guiza y Acevedo fue, además, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y autor de numerosos libros y artículos.
El texto citado es una de las diatribas más violentas escritas contra el PAN. A pesar de las descalificaciones y denuestos, Guiza identifica, temprana y acertadamente, algunos problemas congénitos al partido. Cabe mencionar dos: “Acción Nacional declara no ser de izquierda, ni de derecha, quiere ser sólo de hoy, y rechaza cualquier continuidad histórica”. Y en efecto, el PAN, al igual que muchos otros partidos de derecha en el mundo, intenta negar su filiación histórica con los conservadores del siglo XIX. El rechazo oficial nunca impidió que varios de sus líderes, como Efraín González Luna, candidato presidencial en 1952, defendiera en la revista del partido el pasado colonial y a Lucas Alamán. Felipe Calderón, a la sazón presidente del PAN, vitoreó a Agustín de Iturbide un 15 de septiembre en el Ángel de la Independencia.
A pesar de estas manifestaciones, la línea oficial fue la señalada por Guiza y Acevedo: ser sólo de hoy. El esfuerzo por ignorar un pasado rico en enseñanzas trajo aparejado un desconocimiento de la naturaleza de los problemas actuales del país que resumieron y simplificaron en la falta de democracia. Esta actitud se tradujo en sus plataformas electorales, durante seis décadas, caracterizadas más por posiciones éticas que políticas. La tónica cambió con Fox, ya que las plataformas, incluyendo la última, parecen haber sido redactadas por agencias de publicidad abocadas al hoy, hoy, hoy.
La segunda crítica importante de Guiza y Acevedo también fue pertinente: “Acción Nacional no es sólo un equívoco. Es, también, un retraimiento, una vacilación en cuanto a las formas o formalidades de su actividad política y una vituperable, execrable traición en cuanto al fondo. Es rémora y pala (en su acepción de engaño), pero pala de ‘palero’”.
El motivo inmediato del enojo del autor fue la participación del PAN, con Adolfo Christlieb, en la reforma electoral de 1963 que estableció los diputados de partido (el PAN obtuvo 18 de un total de 183) y el reconocimiento, por vez primera, del triunfo en las urnas del presidente Díaz Ordaz. Ello implicaba el reconocimiento de facto de la legitimidad del régimen revolucionario. Este fue el motivo de fondo que resultó inaceptable para el ultramontano escritor que, al igual que muchos otros panistas de la primera hora, concebían al PAN más como un movimiento antisistema que como un partido político de oposición, tal y como lo pensó Gómez Morín. Resabios de esta actitud antisistema se manifestaron cuando Luis H. Álvarez luchó arduamente en el Consejo Nacional, durante 18 meses, para que después de una década se aceptara recibir el financiamiento público que la reforma de Reyes Heroles otorgó a los partidos.
Desde la otra acera, la liberal, don Daniel Cosío Villegas también denunció el equívoco que significaba el PAN, desde una perspectiva política. En su famoso ensayo La crisis de México, publicado casi 20 años antes que el de Guiza y Acevedo, escribió: Para combatir la corrupción “que ha rajado el tronco de la Revolución Mexicana”, hay que considerar la posibilidad de la alternancia política y de que Acción Nacional llegara al poder. Esta eventualidad lo aterra, ya que estima que la Iglesia, “con su incurable oscurantismo”, perseguiría a los liberales e impediría resolver los problemas del país. Pero más le preocupaba la incapacidad del PAN para gobernar: “Acción Nacional se desplomaría al hacerse gobierno… no cuenta ni con principios ni hombres… se ha gastado en una labor de denuncia, pero poco o nada ha dicho sobre cómo organizaría las instituciones del país”.
El PAN nada decía porque el poderoso núcleo católico, que había expulsado de Acción Nacional a uno de sus primeros diputados, el liberal Aquiles Elorduy, por defender el laicismo educativo, aún se concebía como movimiento antisistema y soñaba con sustituir al régimen de la Revolución. Por supuesto que Gómez Morín mantuvo a raya a los ultras, aunque les concedió la cabeza de Elorduy y un buen número de puestos dirigentes a los militantes provenientes de la Acción Católica, como Alfonso Ituarte Servín y José González Torres, que sucedieron a Gómez Morín después del período de Gutiérrez Lascuráin.
El libro de Guiza y Acevedo fue el epitafio de los que aún pensaban en el PAN como movimiento antisistema. La Iglesia y los empresarios se habían acomodado cabalmente en el nuevo régimen (el reinado de Ortiz Mena) y el PAN se había consolidado como partido de “leal” oposición sin que el adjetivo se emplee con connotaciones peyorativas. Las reformas electorales de 1963 y 1978 le permitieron aumentar sustancialmente el número de diputados federales y locales, y el avance democrático, tanto del gobierno como de los gobernados, le facilitaron que ganara numerosas presidencias municipales importantes. Sin embargo, subsistió un equívoco fundamental: ¿el partido realmente se proponía y se preparaba para conquistar el poder?
Nada indica que haya sido el caso, ya que en los actos iniciales para conmemorar los 50 años del partido, en febrero de 1989, su presidente Luis H. Álvarez se vio obligado a sostener: no tenemos por qué “tener miedo” de luchar por el poder… “Acción Nacional tiene que asumir el riesgo de ejercer responsablemente la cuota de poder que sus electores le dieron”. Esta actitud condicionó el triunfo del PAN en el año 2000 y ha sido fuente de ambigüedades e indecisiones.
El poder ha revelado la estatura del PAN. En tan sólo nueve años mostraron que desconocían la naturaleza del poder, sus exigencias y servidumbres, así como la condición humana. Más aún, su ignorancia acerca de los problemas del país, de los intereses en juego y de las fuerzas políticas les hizo pensar, en un primer momento, que tenían carta blanca para proceder, a falta de programas, de acuerdo a sus ocurrencias. Pasada la euforia inicial, llegó el segundo tiempo y toparon con pared. Desde entonces se encuentran en un callejón sin salida, pasmados y en ocasiones aterrorizados. No se equivocó Cosío Villegas en 1947 al profetizar que el PAN se “desplomaría al llegar al poder”, lo que no implica su desaparición. Tampoco erró Guiza y Acevedo al sostener que el PAN es un “equívoco”. Cuando César Nava habla de “reinventar” al PAN les otorga la razón. l
* Investigador de El Colegio de México y autor del libro El miedo a gobernar. La verdadera historia del PAN (Océano, 2009).
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