El ministro de policía
Genaro García Luna, ministro de policía de Felipe Calderón, acudió ayer a la Cámara de Diputados y se condujo ante esa soberanía como lo que es: limitado, prepotente, inescrupuloso. Pero se sabe todopoderoso por obra y gracia de su patrón, y así se conduce. Exuda impunidad. Como James Bond, tiene licencia para matar.
Aunque protestó “decir verdad”, tal cual lo han hecho los otros secretarios de despacho que han asistido a la cámara baja del parlamento mexicano, su compromiso se lo pasó por el arco del triunfo. Mintió cada vez que le dio la gana. En el mejor de los casos, frente a los cuestionamientos y acusaciones más duras, guardó un silencio insolente y retador.
García Luna tiene el mérito de hablarle al oído a Felipe Calderón. El michoacano le hace caso, pues escucha de su subordinado exactamente lo que quiere oír. Cuando el panista declaró la guerra al narcotráfico, el ministro de policía fue el primero en dar un paso al frente. Su mentalidad es la de un guardaespaldas, aunque su servilismo es de naturaleza.
Su táctica es añeja: agranda los problemas y si es necesario los genera, para después resolverlos y quedar bien con el jefe. Así se ha ganado la voluntad de Calderón, quien minimiza los montajes a que es tan afecto este personaje, quizá porque él los ordena o los alienta.
El caso más espectacular fue el de Florence Cassez, que generó un conflicto diplomático entre Francia y México. Pero también inventó una supuesta amenaza de muerte contra el “valiente” mandatario mexicano el día en que éste se reunió con su homólogo estadounidense. Y qué decir del presunto secuestrador del avión de Aeroméxico, que el ministro de policía aprovechó para salir en vivo en horario AAA en televisión.
Cassez llegó a la ciudad de México procedente de Béthune, Pas-de-Calais, una región enclavada en el norte de Francia. Ingresó como turista y luego cambió a no inmigrante con actividades lucrativas. Empezó a trabajar en la empresa Marketing and Technologys Imported y luego para un grupo hotelero. Ahí conoció a Israel Vallarta, integrante de una banda secuestradores, con quien estableció una relación sentimental.
El 9 de diciembre de 2005, la Agencia Federal de Investigaciones (AFI), dirigida entonces por García Luna, anunció que había desmantelado a Los Zodiaco y que uno de sus integrantes era la francesa Florence Cassez. Se le relacionó con al menos 10 plagios y el homicidio de una de sus víctimas. Ese día se vio por televisión, en vivo, cómo un comando policial ingresaba al rancho Las Chinitas, ubicado en el kilómetro 29 de la carretera México-Cuernavaca, para liberar a tres personas secuestradas. Apenas dos meses después, el 10 febrero 2006, el gobierno mexicano se vio obligado a reconocer que la detención televisiva de Cassez fue “una recreación”.
El gobierno panista, en lugar de castigar al policía que había delinquido, lo premió ascendiéndolo de jefe de policía a ministro. Después de todo, el aterrado Calderón requirió de los servicios de García Luna para ingresar por la puerta de atrás al recinto de San Lázaro a su toma de posesión, el 1 de diciembre de 2006. Asunto de complicidades.
“Asesino”, le espetó ayer el diputado Gerardo Fernández Noroña. Y el personaje, como si nada. “El que calla otorga”, le insistió. Y García Luna, inmutable. En realidad, evadió responder a los cuestionamientos que le formularon las seis fuerzas políticas de la oposición en materia de combate a la delincuencia. Eso hizo enojar a Porfirio Muñoz Ledo, quien le ordenó: “Salga del recinto". Luego, apostilló: “si no recibimos a su jefe, por qué recibimos a sus empleados". Y remató: "El escarnio político, lo ha recibido en demasía; por su propio decoro, abandone el recinto; no ha respondido nada, nada esperemos del que no ha respondido nada".
De pena ajena.
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