viernes, 4 de septiembre de 2009

Moisés en Palacio Nacional


Felipe Calderón debe aprender la lección de este profeta. Menos bilis, menos hígado. Más cabeza y más corazón. Solamente así transformará sus palabras en realidad.

Yo quiero creer que el presidente ya despertó.

Yo quiero creer que la realidad electoral del 5 de julio fue la sacudida que Felipe Calderón necesitaba para darse cuenta del rumbo equivocado de su gobierno.

Yo quiero creer que ya tiene claro que no puede gobernar haciendo lo mismo, con los mismos, bajo las mismas reglas, pagando las mismas facturas.

Yo quiero creer que el inquilino de Los Pinos tiene muy claro que su gobierno se refunda o se refunde.

Yo quiero creer que Los Diez Mandamientos del Palacio Nacional son su legítima aspiración para sacudir la conciencia y los bolsillos nacionales. Pero la realidad me alcanza.

I. Yo quiero creer que de verdad Calderón desea combatir la pobreza... pero serán sólo buenos deseos mientras tolere a los usureros del crédito al 120 por ciento o a los policías que medran a diario con la indefensión de quienes menos tienen.

II. Yo quiero creer que busca la cobertura universal de la salud... pero no lo creeré posible mientras el Seguro Social no tenga los medicamentos suficientes para atender a los que ya le pagan.

III. Yo quiero creer que el presidente desea una educación de calidad... pero no entiendo cómo lo hará bajo la reglas de Elba Esther Gordillo y del sindicato de maestros, a los que les debe casi todo.

IV. Yo quiero creer que habrá una reforma en las finanzas... pero no veo cómo hacerlo si no se mete en cintura al 60 por ciento de la economía informal que prefiere pagar extorsiones antes que impuestos.

V. Yo quiero creer que Calderón hará una reforma en las telecomunicaciones... pero será otro sueño frustrado si no acaba con el monopolio filantrópico que nos tiene instalados en el penúltimo lugar en la conectividad mundial a la Red.

VI. Yo quiero creer que promoverá la transparencia en las empresas públicas... pero será la gran falacia mientras no desaparezca los oscuros fideicomisos.

VII. Yo quiero creer que peleará por la reforma laboral... pero tenemos cuatro sexenios y medio escuchando que ya viene, y nadie se atreve a dar el paso para homologarnos con el resto del mundo.

VIII. Yo quiero creer que el presidente quiere reducir los trámites... pero las redes de intereses y de tráfico de favores son una maquinaria más poderosa que el Estado.

IX. Yo quiero creer que existe el deseo presidencial de acabar con el crimen organizado... pero no veo cómo, mientras se sostenga esa compañía de montajes, fachadas e ilusionismo llamada García Luna & Co.

X. Yo quiero creer que el presidente quiere una reforma política... pero no creo que lo pueda hacer con la misma vieja clase política que en el patio del Palacio Nacional le aplaude rabiosamente mientras que en la calle lo fustigan hasta pedir su relevo.

Yo quiero creer, pero hasta este momento no puedo. De todo lo que dijo el presidente, sólo puedo creer que el cambio urge y que ya estamos en horas extras, contra la pared.

Nada es imposible, pero sólo podrá ser posible si el presidente modifica su receta personal de liderazgo.

Si aprende la lección de Moisés cuando bajó la primera vez con las tablas. Aquella ocasión en que se encolerizó cuando vio a su pueblo adorando al becerro de oro. Y en un acto de rabia, terminó destrozando las tablas.

Debió volver con el Señor para pedirle el reemplazo, y al bajar, más sereno, se las presentó al pueblo elegido. La receta es sencilla.

Menos bilis, menos hígado. Más cabeza y más corazón. Pero, sobre todo, mucha testosterona. Si la mitad de lo que dice aspirar es cierto, la necesitará.

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