DEBACLE DEL ESTADO
Por: Francisco Rodríguez
DESDE SIEMPRE, LOS mexicanos hemos tenido que vencer enormes dificultades, que se repiten y se repiten, como si la suerte de nuestra existencia fuera el conflicto. Hemos subsistido aún en contra de las apuestas de la lógica.
Hasta cuando se desborda nuestra tolerancia, cansados de posponer ese milagro que esperamos sin mucho apuro, entretenemos el hambre y la desgracia con el espectáculo del futbol y telenovelas. Estamos acostumbrados a no estar bien, a agitarnos con disparates, a patalear con la soga al cuello. No nos gusta prevenir. Somos adictos a las sorpresas, a las inundaciones y a los derrumbes.
Somos un pueblo valiente y resistente, pero también somos demasiado tolerantes y el rosario de dificultades que hemos afrontado ha arraigado en nosotros esa mala costumbre. Tenemos el “cuero duro” por el sufrimiento secular.
Hoy –y desde hace diez años-- el país vive una de esas crisis de las tantas que han amenazado con llevarnos al colapso. Si bien esta es parecida a otras que hemos sufrido, guarda peligrosas peculiaridades, que exigen de nosotros, una postura decidida para enfrentarla.
Nuestra creencia en la Nación y en su futuro está en peligro, agredidas por las corrientes neoliberales, la parte envenenada de la mundializacion, la corrupción, el narcotráfico, el hedonismo y la debilidad del Estado en todos sus aspectos. No solo, en su papel de dirección, concertación, conciliación, o arbitraje, sino en la obligatoriedad de ser un referente moral indispensable, para organizar la vida en sociedad, proporcionar la seguridad de los ciudadanos, cumplir y hacer cumplir las leyes vigentes.
El problema actual es que el Estado no cumple con su papel, por su debilidad estructural. El Estado está débil, está fallido, y ha llegado a esta situación, no de manera fortuita, sino porque ha sido llevado a esto en la medida que se han menguado sus atributos.
El Estado está sitiado, no puede defenderse, ni mucho menos defendernos.
En virtud de ello, estamos observando con alarma los indicios de lo que se llama “Estado Anómico”, en medio de una “sociedad anómica”, plagada de instituciones y organizaciones anómicas.
La situación sugiere inestabilidad política, conflictos, pugnas de intereses, choques de sectores, altos índices de violencia y delincuencia, miseria creciente, un desacuerdo grave en la sociedad, que denuncia la anomia, que no es otra cosa que la ruptura de las normas sociales.
Lo que la palabra anomia significa es ausencia de normas, porque el Estado, débil, no las cumple ni las hace cumplir. El término alude a la ausencia de un orden normativo sólido, creíble y eficaz, que debe ser compartido por la mayoría de los miembros de la sociedad.
Esta situación nos habla de la incapacidad de la estructura social de proveer a los individuos oportunidades razonables. En ese mismo sentido, la anomia, que es un desacuerdo fundamental de la sociedad, supone lo que aquí está “a la orden del día”: una tremenda desorganización moral, porque no hay orden normativo, con la suficiente autoridad para sentar confianza, creando las condiciones para que el interés particular se vincule con el interés general.
Eso hace que el individuo no se sienta parte del conglomerado. Donde no hay “orden normativo”, compartido por la mayoría de los componentes de la sociedad, la anomia se expresa como “desorganización moral”.
La falta de estos valores, produce la “desinstitucionalización” de los medios, lo que impide alcanzar en buena lid cualquier meta deseada.
Es una lucha feroz y depredadora, una suerte de “sálvese quien pueda” y de “todos contra todos”.
Son simplistas los razonamientos de los que quieren ver la crisis sólo desde el punto de vista económico, restándole comprensión al problema. Algunos neoliberales quieren que lo veamos sólo así, para justificar sus fórmulas, sin reparar que al orden económico, injusto para las mayorías, y a la pobreza creciente, hay que sumarle la precariedad del orden institucional, el escepticismo, la polarización y una desconfianza que hace que todas las instituciones y organizaciones, estén bajo sospecha.
Hay una especie de resignación, una percepción perniciosa y arraigada de que la sociedad está guiada por la corrupción, de que todo está perdido, de que no vale la pena ningún esfuerzo.
Son típicos de la anomia el conformismo, el ritualismo, la apatía y el desencanto. De ahí, que la anomia suponga, esa crisis moral que está presente y que nos ha llevado a sostener que, por la ausencia de normas y por la indolencia en la aplicación de las pocas que persisten, vivimos en un Estado fallido.
Ciudad Juárez es la puerta de entrada.
Índice Flamígero: Afirma César Nava que, en Ciudad Juárez, la estrategia en contra del crimen organizado “es la correcta”. Y cualquiera se pregunta, ¿qué tal si fuera incorrecta? ¿Cuántos muertos más habría? Y usted, ¿le cree a César Nava?
Fuente: Indice Político
Difusión: AMLOTV
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