Edna Lorena Fuerte
ednafuerte@gmail.com
Ciudad Juárez, Chihuahua.— Lo que ha ocurrido con el incendio, hundimiento y derrame que aún continúa en la plataforma de explotación manejada por British Petroleum, por concesión del gobierno estadunidense es un hecho que no debe minimizarse bajo ninguna circunstancia. El daño ambiental causado por este accidente tiene unas dimensiones tales que aún no es posible ponderar, pero cuyos efectos afectarán las cosas de todo ese litoral.
Este hecho es la terrible confirmación de lo que las voces ambientalistas han estado señalando por años respecto a los graves riesgos de la explotación y uso de los hidrocarburos como fuente de energía generalizada; el impacto de ver el mar cubriéndose de manera paulatina por esa aceitosa mancha oscura que acaba con toda la vida que va tocando a su paso, debería ser motivo suficiente para que los gobiernos no sólo de esta región, sino del mundo entero reconsideren la forma en que se está haciendo uso del planeta y sus recursos.
La explosión de Chernobil que a décadas de distancia sigue teniendo un terrible legado en las generaciones que viven la radiación como una huella imborrable en sus vidas, no está lejos de lo que vemos ahora en el Golfo de México, pues aunque en este caso las pérdidas humanas han sido mínimas, si tuviéramos la humildad y la sensibilidad de considerar a todas las especies de cetáceos, como los delfines y las ballenas, a las tortugas migratorias, como la Lora que baja por el mar a desovar en nuestras costas, y a todos los millones de especies marinas de esa región, como las graves pérdidas que son, entonces dimensionaríamos la gravedad del desastre.
El pensar que un desastre ecológico es menos grave porque no afecte a la vida humana, o tazar su impacto sólo en referencia a lo que interfiere con nuestros procesos: que si afectará a la pesca o no, que si llegará a las zonas turísticas, etcétera, demuestra la cortedad de visión con que nos seguimos conduciendo en cuestiones ambientales, pues no somos capaces de ver que todo daño a la vida, no sólo a la humana, es una muy alta cuota que le cobramos al planeta en nuestro ejercicio continuo del egoísmo.
El petróleo es el paradigma de lo que los ambientalistas llaman “energías sucias”, pues desde que sale del subsuelo se conduce por una línea de acciones contaminantes con efectos en el corto, mediano y largo plazos. El oro negro nos cobra demasiados impuestos y el mundo entero no ha estado dispuesto a frenar esa sangría al planeta. De la extracción a la refinación, de las petroquímicas a los residuos de procesamiento, de los efectos del CO2 a la no degradación de los productos derivados, el petróleo deja su negro rastro.
Ahora que lo vemos manchando el océano, llevándose todo lo que toca a su paso, debería ser el mejor momento para replantearse los excesos de su uso y explotación. Pero lo que vemos parece no ir en ese sentido, Estados Unidos, país responsable de la plataforma en cuestión, se enfrasca en investigaciones políticas y repartición de culpas cuando aún no han podido siquiera frenar el daño; de nuestra frontera, las autoridades y los investigadores parecen querer minimizar la catástrofe y lo único que han atinado a asegurar es que “una vez realizadas las investigaciones” se verá la posibilidad de “demandar” a la empresa responsable.
Parece poco eso ante el impacto que estamos viendo, parecen tibias las reacciones, como siempre que se trata de un tema ambiental en el que también, como siempre, están involucrados muchos intereses económicos y políticos. Quizá, tristemente, falten muchos más desastres para que los gobiernos del mundo tomen como tema prioritario en su agenda la preservación del ambiente. Mientras, en nuestras costas, amanecen delfines muertos.
Fuente: Forum
Difusión: Soberanía Popular
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