El negocio
Todas las horas y todos los días desde el 1 de diciembre de 2006 han servido para descubrir y redescubrir que, en la guerra contra el narcotráfico, Felipe Calderón sufrió otro descalabro de tamañas proporciones.
La guerra –más bien las acciones a tontas y a locas– contra el crimen organizado muestra sus consecuencias de tres años: la delincuencia tiene armamento y equipamiento tecnológico superior al de las fuerzas policiacas.
Su tecnología es más avanzada y su logística le permite hacer frente, a fuego limpio, a la policía y a los militares.
En un juego que parece al del gato y el ratón, los narcotraficantes se expanden y desarrollan en una situación que desde enero de 2007 se antoja incontrolable.
Son tan eficientes que cuentan con arsenal antiaéreo: lanzacohetes, fusiles antiaéreos, morteros tipo cazador, lanzagranadas, subametralladoras capaces de penetrar cualquier tipo de blindaje o pistolas mata policías cuyo poder puede penetrar blindaje ligero.
La Organización de Naciones Unidas ha reflejado la pesadilla de Calderón: al menos 60 por ciento de los municipios de México están penetrados o controlados por el trasiego de drogas prohibidas.
Con la crisis –en la que la incapacidad del gobierno calderonista tiene toda la responsabilidad–, se convirtió no sólo en un gancho, sino que hace ver al narcotráfico como un apetitoso negocio.
Las policías son miopes, ciegas o, de plano, se han hecho todavía más adictas a la plata y a ese polvo sudamericano muy singular.
En un fallido plan centrado en lo militar y en lo policial, el narcotráfico se ubica como la actividad más productiva a nivel nacional, en plena recesión.
Los números –los conservadores manejan 25 mil millones de dólares anuales para México– han desatado una ola de terror y violencia, en la que Calderón se ha convertido en un espectador más... y de más.
Fuente: El Periódico
Difusión AMLOTV
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