Rosario Ibarra
¿Unidas o unidos?
03 de diciembre de 2009
2009-12-03
Desde hace muchos años, allá por 1978, cuando la esperanza colmaba nuestras mentes, aunque la pena estuviera aposentada en nuestros espíritus, soñábamos con ir a ver hecha realidad la justicia que reclamábamos para nuestros hijos, esposos, hermanos, compañeros todos, desaparecidos en este continente.
El dolor corría con la fuerza de un torrente, arrasando la felicidad de los hogares, desde el río Bravo hasta la Patagonia. Minúsculas eran las excepciones, pero afortunadamente las había. ¡Dichosos ellos!
A toda aquella terrible malignidad la bautizaron con el nombre sonoro de “Cóndor”, la gigantesca ave de los Andes, que como nuestra águila es orgullo de algunos pueblos que la han retratado en sus monedas.
Con el dolor por compañía inseparable, cada quien se las fue arreglando para iniciar el viaje en busca de lo que en cada país sentíamos inalcanzable: la justicia.
Y nos encontramos por allá en Ginebra o en Nueva York compañeras de todo el continente, y la comprensión y la solidaridad crecieron como semillas caídas en tierra pródiga, fértil y bienhechora como la tierra de “nuestra América”.
Ginebra era el más importante punto de reunión de lo que en la lengua de nuestros países llamábamos Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Y allí estábamos ya, deambulando por el laberinto esperanzador de oficinas y pasillos y de salones enormes y estrados repletos de gente con audífonos que nos traían la traducción simultánea de todo lo que allí, desde el podio, se expresaba.
El grupo más numeroso era el de Argentina: las valerosas mujeres, entrañables compañeras de Madres de Plaza de Mayo.
De otros lugares eran dos o tres o cuatro o unas pocas más, pero de México la tarea recaía en mi modesta persona… y llegaba siempre de París, en donde me recibía el apoyo solidario de una muy querida amiga que me llevaba a abordar el tren que partía de allí a las 11 de la noche, para arribar a las seis en punto de la mañana a Ginebra… Después, el consabido café tempranero y directo al recorrido antes descrito, en la mole de aquel edificio.
Todo esto se dice o se describe en unas cuantas palabras, pero el recuerdo imborrable de haberlo vivido durante 18 años me trae a menudo el dolor y la amargura de la inutilidad de aquel empeño, el derrumbe de aquella ilusión pletórica de esperanza, que al correr de tantos años fue cayendo hecha añicos como frágil cristal cuyos trozos se clavaban en el pensamiento… y que aún me lastiman.
De nada sirvió el llevar a cuestas tantas veces aquel acerbo de dolor: los nombres de 700 desaparecidos mexicanos de los que la ONU no parece haberse ocupado (anhelo estar equivocada), pero la realidad repetida, vista y escuchada durante aquellos 18 años me taladra el pensamiento y me lleva a la desilusión.
¿Qué ha hecho ese enorme organismo mundial en exigencia al gobierno mexicano para esclarecer los citados casos?
¿De qué han servido reuniones y más reuniones (dadas a conocer por la prensa), si no se convoca a los interesados, si no se expresa lo que se dijo en ellas para que nos enteremos (cuando menos)?
Muchas familias en la América entera hemos sufrido esa enorme y cruel desilusión. En algunos países, la fuerza de la lucha popular, el empuje ciudadano, ha logrado la liberación de algunos de esos seres, víctimas de la ilegalidad, encerrados en cárceles clandestinas, en sótanos de los campos militares y en bases navales, siempre negados por los gobiernos hipócritas. En México, la lucha popular logró que fueran liberados 148 compañeras y compañeros, víctimas de esa práctica inhumana que es la desaparición forzada… y seguimos y seguiremos luchando para rescatarlos a todos.
Ya no viajaríamos a Ginebra ni a Nueva York con la esperanza como gigantesco fardo, sino más bien con una pregunta en la punta de la lengua: ¿unidas o unidos?... Más claro, para que se entienda bien: ¿Naciones Unidas o Gobiernos Unidos?
Dirigente del comité ¡Eureka!
Fuente: El Universal
Difusión AMLOTV
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