Juanito
José Blanco
Si no fuera por las prácticas políticas que exhibe, el affaire Juanito no merecería un espacio editorial en La Jornada. El personaje tragicómico que representa Rafael Acosta es un lamentable engendro tercermundista de los que encontramos ejemplos numerosos en todos los partidos (remember Pancho Cachondo, por ejemplo).
Pero el último responsable de esa payasada deplorable no es esa desdicha de hombre que es Rafael Acosta, que se ha vuelto la piñata a la que le han caído encima, con saña, los garrotazos de sus antiguos compañeros, los mismos que antes lo aplaudieron felices, cuando hizo su juramento político.
Según la crónica de color que hizo Jaime Avilés, Juanito se pinta el pelo de negro azabache, y lo hace mal porque el tinte no le cubre las patillas. Además mide 1.50 metros y se empolva la cara estulta, para lucir en la televisión. Al recuperar el edificio de la delegación, Juanito iba vestido por completo de negro: estaba gordo, pequeño y redondo, mientras hablaba y hablaba a las televisoras.
Rodeado de numerosas voces –que las televisoras acallaban sin darles imagen ni sonido–, oía cómo le gritaban: juantítere, vendido, traidor; al mismo tiempo, otros, partidarios de Brugada, desfilaban con cartulinas con mensajes que decían lindezas como éstas: a mí no me va a gobernar ningún pinche mariguano, mientras coreaban con rabia: Éste es el pueblo/ de Clara Brugada /¿dónde está el tuyo Juan de la chingada? Pura civilización.
Ése es el linchamiento que sus ex compañeros asestaban el sábado pasado a un ser cuasi subnormal, al que han usado de modo inmisericorde desde que Ebrard lo convenciera de ser el trapeador de perredistas y petistas, para ganarle la jugada a una presunta o real ilegalidad del Tribunal Electoral del Distrito Federal (TEDF) en contra de Brugada.
¿Quién no recuerda que el litigio dentro del TEDF nació de las diferencias profundas dentro del PRD que se confunden con el juego paralelo del PT? ¿Quién no recuerda a AMLO tronando contra el TEDF en un acto público, tomar con brusquedad por un brazo a Juanito, y con índice autoritario y vergonzoso que señalaba hacia el micrófono ordenarle que jurara que renunciaría en favor de Brugada para así derrotar a la mafia que nos gobierna?
¿Quién no recuerda el modo abyecto en que Juanito juró lamer el piso que AMLO ordenara? ¿Quién no sabe ahora que este miserabilísimo político estaba siendo sobornado por la coalición PRD-PT en el DF, mediante 70 mil pesos mensuales y firma libre en un hotel, pagando las comidas y cenas pantagruélicas de Juanito?
¿Quién no sabe que el PRD-PT decidió suspender el derroche de un infeliz que en su vida había experimentado la vida regalada, y que Juanito respondió diciendo que su licencia había terminado y que iba por su delegación? Por supuesto, es preciso escribir PRD con todas las salvedades que es preciso tener en cuenta por cuanto se trata de una coalición de corrientes con intereses propios y encontrados. Hay de perredistas a perredistas, diría cualquier perredista.
¿Qué es toda esa comedia ignominiosa para la ciudadanía, para el PRD y para Juanito?
Si este conjunto de patochadas les parece un asunto normal de la lucha política, en el interior del aparato el PRD-PT no tiene futuro. Estas prácticas primitivas sólo alejan a las mayorías ciudadanas de unos partidos, partidos ellos mismos en cien pedazos que no tienen programa que ofrecer a la ciudadanía, en un momento en que la sociedad mexicana requiere como nunca de una izquierda que entienda que significa justicia social hoy, en esta hora, y por cuál camino es preciso andar para luchar efectivamente en favor de ella.
La izquierda de hoy no ganará los próximos comicios; no está a la altura de las necesidades de la sociedad compleja que es hoy México. Podrían aspirar a encontrar un camino de crecimiento y maduración, pero tampoco están buscándolo. Hoy cada miembro de estas izquierdas –siempre hay excepciones– busca un puesto político para ganar la plata que nunca han ganado.
Ése es el aciago presente del país. Que de ese modo se conduzcan las derechas, a quién puede extrañar. Pero de las izquierdas siempre se ha esperado un comportamiento diferente. Uno que piense seriamente mediante cual programa social puede aspirar al poder. Pero, sin una visión de largo plazo, jamás sabrán por dónde es necesario caminar; sin una política de alianzas con el centro político, no avanzarán un centímetro más. En esta materia, izquierdas, centro y derechas políticas hoy por hoy son idénticas: quieren todos carro completo. Pero de todos ellos, nadie más precario que las izquierdas. Creen que con sólo declarar que están en favor de los pobres, toda la ventura política llegará por sí sola.
Para desgracia de México, el affaire Juanito pone a la luz del día una dimensión subdesarrollada de la política mexicana que no sólo no contribuye a la formulación por las fuerzas políticas de un proyecto de desarrollo para el país, sino que es un obstáculo que, por hoy, se ve infranqueable.
Fuente: La jornada
Difusión AMLOTV
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