viernes, 9 de abril de 2010

Carranza, carrancistas y carranclanes



Las publicaciones históricas son un boom (palabra inglesa que aparece en el Diccionario de dudas de Manuel Seco, como súbito, repentino auge; en este caso, de libros, ensayos, artículos… y notas de bibliografía) editorial, ya sea por apetito comercial y protagonismo efímero (como con los historiadores oficiales: Villalpando y Aguilar Camín, etcétera), o para divulgar, con pocas nuevas investigaciones e interpretaciones al “ahí se va”, hechos de las dos revoluciones (pasando por alto su factor común: la Revolución de Ayutla). Se ocupan, por ejemplo, del final del porfirismo, dejando de lado que el maderismo y carrancismo pretendieron regurgitar al antiguo régimen, de no haber sido por la irrupción de Villa, Zapata, Obregón y Calles, quienes con el pueblo campesino y obrero que escuchó el “¡Trabajadores del mundo, uníos!”, estallaron en Cananea y Río Blanco la auténtica Revolución de 1910.



Existen dos textos que se complementan: uno de Luis Barrón, Carranza. El último reformista porfiriano; y el de Pedro Salmerón, Los carrancistas. La historia nunca contada del victorioso Ejército del Noreste. Pero falta el trabajo que se ocupe de los carranclanes, a los que se referían los mexicanos víctimas de robos y agresiones de las huestes carrancistas, usurpando la expresión de Luis Cabrera: “¡La revolución es la revolución!”


Los autores confirman la cercanía y distanciamiento entre Carranza y Madero, ya que don Venustiano (alias Don Venus o el Viejo barbas de chivo), desde el inicio del maderismo, fue malqueriente de Don Pancho. Y sólo por el homicidio de éste se reconciliaron post mórtem, convirtiéndose Carranza en conductor de una revolución que ambos querían fuera sólo restauradora del orden constitucional de 1857, posponiendo las demandas sociales, políticas y económicas. Su lectura nos pone al día para celebrar el inicio del centenario revolucionario.


Salmerón (en la solapa de su libro nos dice que es “enemigo del actual sistema político”, dedicatorio para los azules y el pintado… de azul en Los Pinos) nos cuenta con su sabrosa prosa cómo se fue integrando (y desintegrando) el Ejército del Noreste por Carranza y sus victorias. Luis Barrón, quien cita a Salmerón por otro de sus libros, narra la revolución constitucionalista, otra cara de la misma moneda carrancista y de Carranza (el de los lentes oscuros, como los de Victoriano Huerta, porque le lastimaba la luz solar). A quien, por querer imponer sucesor en la Presidencia, su propia escolta lo asesina a sabiendas de que se venía la guillotina del Plan de Agua Prieta, con los sonorenses que querían la silla “embrujada” (rechazada por Villa y Zapata) para Adolfo, Fito, de la Huerta, Obregón y Calles, quienes fueron maderistas y después carrancistas hasta que Carranza dejó en el cargo presidencial… al sonorense Ignacio Bonillas”.


Fuente: Contralínea
Difusión: AMLOTV

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