Por: Hedelberto López Blanch
La reciente afirmación del ex secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, aunque real, todavía resulta tenue en comparación con el desastre provocado en Iraq: "Después de siete años y medio de la invasión militar estadounidense ese país ha retrocedido dos décadas y no le ha llevado ningún beneficio".
Annan, que en 2003 se encontraba al frente de esa organización internacional, añadió que "nunca estuvo de acuerdo con la propuesta de Washington de invadir militarmente a Iraq" y enfatizó que su peor momento como secretario general fue "cuando Estados Unidos, unilateralmente emprendió la invasión junto al Reino Unido".
Estos dos países, con el ataque y ocupación, violaron todas las leyes internacionales, pisotearon al Consejo de Seguridad y a la Asamblea Nacional de ONU, en su afán de controlar la estratégica zona del Medio Oriente y apoderarse de los enormes yacimientos petrolíferos de la nación árabe.
Las esfuerzos por adueñarse de Iraq se iniciaron en 1991 cuando el presidente George Bush padre lanzó violentos bombardeos (hasta con uranio enriquecido) contra esa nación en la denominada operación Tormenta del Desierto.
¿Cuáles han sido los costos para ese pueblo?
En primer lugar, enormes desastres humanos, económicos y sociales; según datos extraoficiales el número de muertos se sitúa en alrededor de 200 000 civiles y una cifra mayor de los heridos por los bombardeos de los invasores y la guerra interétnica tras la ocupación.
Más de la mitad de los hospitales y escuelas, así como la mayoría de los puentes, instalaciones eléctricas, de agua potable y en general la infraestructura están destruidas o dañadas.
La población solo dispone de electricidad durante seis horas al día y en muchas ciudades y pueblos no ha podido ser restablecido el servicio.
Cerca de 1,5 millones de viviendas resultaron demolidas o dañadas; 3,5 millones de personas han sido desplazadas (7,7 % de la población total), de ellas 1,6 millones dentro del territorio nacional y 1,9 millones hacia el exterior.
Las altisonantes palabras pronunciadas por George W. Bush el 17 de marzo de 2003 cuando dijo "los ayudaremos a construir un nuevo Iraq, próspero y libre", han quedado en el vacío.
La destrucción y la inestabilidad de la nación donde continúan los ataques de la resistencia contra los invasores o atentados incontrolados entre las diferentes facciones, han elevado el desempleo a cerca del 50 % de la población económicamente activa.
Informes de Organizaciones No Gubernamentales y de la Universidad de Babel aseguran que 10 millones de los 27 millones de iraquíes (37 % sin contar los desplazados) viven en la pobreza extrema, con ingresos por debajo de un dólar al día.
El Programa Mundial de Alimentos calcula que uno de cada cuatro ciudadanos sobrevive con las limitadas raciones alimenticias distribuidas por el Ministerio de Comercio, mientras que 3 millones son tan pobres que se ven obligados a revender parte de esa cuota para comprar medicamentos y otras necesidades básicas.
Una representante del ministerio de Sanidad iraquí afirmó que aproximadamente un 50 % de los niños padecen algún tipo de desnutrición, mientras la Asociación Médica Iraquí (AMI) denunció que el 90 % de los casi 180 hospitales del país carecen del equipamiento básico.
La carencia llega a tal extremo que según el doctor Husaim Abud, solo en el hospital Al-Yarmuk, de Bagdad, mueren como promedio cinco personas al día porque los médicos y el personal técnico sanitario no tienen medios para tratar enfermedades comunes o heridos.
La mortalidad infantil en menores de cinco años pasó de 50 por mil nacidos vivos en 1990, a 125 por mil en 2008.
Innumerables son los problemas que afronta la población y el principal es la ocupación forzosa de su territorio al que le han impuesto un sistema neoliberal y de privatizaciones que dieron al traste hasta con los servicios públicos que antes favorecían a la mayoría de los nacionales al garantizarles la salud, educación y entrega de alimentos subvencionados por el Estado.
La violencia incontrolada generada desde la ocupación, las malversaciones, los robos, la corrupción y la entrega de millonarios convenios a empresas norteamericanas en Iraq han sido una constante.
Se estima que en estos años han desaparecido o se han utilizado mal en proyectos descontinuados más de 80 000 millones de dólares que han ido a parar a las arcas de las compañías foráneas o a corruptos funcionarios estadounidenses y nacionales.
Pero desde un principio, y por encima de todas las cuestiones, Estados Unidos se encargó de mantener el control de los recursos petroleros iraquíes, que cuenta con la tercera mayor reserva de crudo en el mundo.
Los mejores contratos para la explotación y comercialización del codiciado combustible han sido entregados a empresas estadounidenses como Halliburton, Kellog, Bechtel.
La Halliburton, dirigida de 1995 al 2000 por el ex vicepresidente, Richard Cheney, pese a estar envuelta en numerosos escándalos financieros, fue beneficiada con convenios por más de 50 000 millones de dólares y hace pocos meses ganó una licitación para explotar el mayor yacimiento petrolífero de ese país, el Majnoon.
En conclusiones, para Estados Unidos no importa que la economía de Iraq esté en la sima; lo primordial es que en la cima opuesta se encuentre la extracción petrolera para garantizar sus necesidades.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Difusión: Soberanía Popular
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