Martínez Garrigós: la prepotencia priista
Javier Sicilia
Para Carlos Montemayor, siempre en el corazón.
MÉXICO, D.F., 9 de marzo.- La mala gestión de los gobiernos panistas ha recibido de una parte de la ciudadanía –la que aún sigue creyendo en la viabilidad de los partidos políticos como una expresión de la democracia– un voto de castigo que no sólo ha devuelto el poder al PRI en algunos estados, sino que amenaza con llevarlo de nuevo a la Presidencia.
Lo patético de esta realidad –hija del alzheimer social– no es sólo la vuelta al poder de la escoria que creíamos haber dejado en el pasado, sino que los priistas creen que su retorno se debe a sus planteamientos políticos y no –frente a la incapacidad de todos los partidos de formular un lenguaje y un proyecto verdaderamente político– a un simple castigo.
Esa ceguera tiene su referente en la reciente llegada al poder al municipio de Cuernavaca del priista Manuel Martínez Garrigós.
Hijo de un empresario que se ha enriquecido con el negocio de las gasolineras que se entregaban como dádivas de lujo a algunos predilectos del antiguo régimen, Martínez Garrigós es un yuppie. Sin haber concluido su carrera de derecho, joven, inculto, ajeno a una real trayectoria política –no fue ni regidor ni diputado ni miembro de ninguna asociación ciudadana–, llegó a la alcaldía de Cuernavaca sin proyecto político, con un aparato mediático millonario hecho de eslóganes, promesas, compromisos y denostaciones al panismo, y con un look copiado –es su condición de provinciano sin imaginación– de Peña Nieto y Ebrard.
Entre su infinidad de promesas, de las cuales hasta ahora no ha cumplido ninguna, se encuentra el cierre del relleno sanitario de Loma de Mejía –proyecto altamente antiecológico e impopular– que, en un acto autoritario, creó su antecesor Jesús Giles. Sin embargo, Martínez Garrigós no ha cerrado el relleno –lo cual se haría en los primeros meses de su gobierno–, sino que, en una actitud que lo pone al mismo nivel de Giles, se ha propuesto crear un segundo piso en la avenida Plan de Ayala –equivalente, guardadas las proporciones, a la avenida Insurgentes de la Ciudad de México.
El proyecto –al igual que el del relleno sanitario, el de la destrucción del Cerro de San Pedro en San Luis Potosí o el del pretendido libramiento norponiente, que afectará el Gran Bosque de Agua– es altamente destructor del espacio público, del comercio, de las relaciones de soporte mutuo y del medio ambiente.
Las razones son múltiples, y han sido esgrimidas por urbanistas y ecologistas: 1) Un segundo piso en Plan de Ayala destruirá una buena parte del comercio de Cuernavaca; las casas y los edificios de esa avenida se volverán inhabitables para las familias que los ocupan; durante su construcción generará un congestionamiento vial con altos costos de contaminación y estrés. 2) Los segundos pisos han demostrado tales costos ambientales y de vida urbana que en San Francisco los están desmontando, en Boston los desmantelaron, y en una zona de Nueva York demolieron uno y lo sustituyeron por una ciclopista. 3) Destruyen el espacio público en nombre de los coches, aumentan el consumo y la circulación de éstos, y en un corto plazo no resuelven el problema del flujo vehicular: hasta 2007 el promedio de velocidad en la Ciudad de México era de 17 kilómetros por hora; hoy, a pesar de los segundos pisos, el promedio ha disminuido a 12 kilómetros por hora. 4) Promueven el uso indiscriminado del automóvil, el aumento del CO2, responsable del cambio climático, y contradicen las posiciones de los países, particularmente de México, de reducir el consumo energético. En síntesis, los segundos pisos equivalen, en el orden urbano, a querer combatir la obesidad comprando un pantalón de mayor talla.
Contra esta realidad, la ciudadanía ha propuesto invertir ese dinero en recuperar el espacio público de Cuernavaca, disminuir el flujo vehicular y sanear la contaminación del aire, mediante la creación de parques, la interconexión de las barrancas y el desarrollo de un sistema de transporte con autobuses articulados (metrobús). Este tipo de transporte equivale a 126 automóviles por autobús y permite reducir en 5 mil toneladas anuales los contaminantes del aire.
Sin embargo, Martínez Garrigós –quien parece asociar el bien de Cuernavaca con los negocios de su padre– se empeña en su ceguera. Contradiciendo sus eslóganes democráticos, manifestando –con un despliegue de prepotencia– su incapacidad y ausencia de un proyecto político, Martínez Garrigós, en la peor tradición salinista, ni ve ni oye. Su presencia entre nosotros es la continuación de esa incultura política que cree que haber llegado al poder es estar investido de un aura que le confiere la dimensión de un dios que, mejor que el anterior, es sabedor de lo que la ciudadanía necesita. Nada lo distingue de otros políticos, salvo el hecho de que, en poco más de tres meses de gobierno, ha demostrado su pequeñez.
Desde hace tiempo nos ahogamos bajo el peso de políticos que, amparados en su poder y en sus ideas estrechas, creen tener razón. Pero para quienes sólo podemos vivir con el diálogo y el sentido común, esta obstinación, que anuncia lo que será la vuelta del PRI y muestra la descomposición de la vida partidista, confirma que la vida democrática no existe, y que tarde o temprano los ciudadanos tendremos que arrancarles la potestad de construirla por nuestro bien y el del planeta.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la APPO, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.
Fuente: Proceso
Difusión AMLOTV
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