viernes, 5 de marzo de 2010

¿Reformar? No. Refundar

Fausto Fernández Ponte

05 marzo 2010
ffponte@gmail.com

Asimetrías


¿Reformar? No. Refundar


Por Fausto Fernández Ponte


“En México, la lucha por la justicia ha sido del pueblo contra el gobierno”.

Adalberto Saldaña Harlow.



I



Un grueso importante de la ciudadanía mexicana tiene conciencia en gradación variopinta de claridad que México –el todo-- padece una crisis general cuya severidad representa un peligro enorme para la existencia misma del país y de lo que somos.



Otro grueso, igualmente importante y por añadidura creciente a pasos largos, de la ciudadanía exhibe un conocimiento consciente de las causas de ésta grave crisis que, según algunos tratadistas como don Adalberto, se habría iniciado hace unos 42 años.



Dicho de otro estilo, en México la crisis se ha despojado de su propia definición como proceso efímero y adquirido el atributo de fenómeno endémico, permanente. La crisis tiene, al decir de otros tratadistas, un origen históricamente identificado.



Y ese origen es la ocurrente descomposición del poder político del Estado. La descomposición ha incidido en la naturaleza vera de los demás elementos constitutivos del Estado: el pueblo –o los pueblos— de México, el territorio y la soberanía sobre éste.



La descomposición de esos elementos constitutivos –poder político, pueblo (o pueblos), territorio y soberanía-- del Estado tiene, en su turno, causales objetivamente discernidas. La descomposición tiene meta inexorable: la desintegración, que ya ocurre.



II



Sin duda. El poder político del Estado se está desintegrando terminalmente, a la luz de lo que se vive en nuestro país --pobreza, desempleo, incertidumbre, desesperanza, inseguridad, militarización, represión rampante, etc.— y arrastra consigo todo lo demás.



¿Qué causó la descomposición del poder político del Estado y, por contagio, la de los demás elementos constitutivos de éste? El tratadista Saldaña Harlow ubica la causa en un hecho histórico: la lucha por la justicia enfrenta a pueblo y gobierno.



Ello implica insoslayablemente la existencia de un gobierno –el poder político—opuesto, contrario, antagónico al pueblo. Un gobierno situado en las antípodas del pueblo. Un gobierno que, para prevalecer, usa la simulación democrática y la coerción.



Simulación y coerción. Simular que se sirve al pueblo para ocultar que en realidad se sirve a intereses creados con las que el poder político del Estado se ayunta, el poder real, el del dinero, el de las oligarquías locales y trasnacionales, v. gr., de Estados Unidos.



Otro tratadista, Miguel Basáñez, establece que la crisis se remonta a 1968, fecha –afirma— con la que se abre un proceso de transición que, pensamos, está muy lejos de concluir aunque se ha extendido ya a su quinta década. La transición es un verismo.



Pero ese verismo no es controlado por el pueblo, sino por ciertas vertientes del poder político del Estado. Ese control ha tenido hasta ahora pátinas democrásticas, superficiales, pero no estructurales. La simulación continúa inabatible.



III



La descomposición del poder político del Estado (y su contagio a los demás elementos constitutivos de éste), en ruta hacia la predecible desintegración y los colosales problemas que causa, señala por sí misma la solución de éstos.



Y la solución no va por las reformas cosméticas de la estructura operativa de ese poder político. La solución demanda refundar al Estado mexicano, recomponiendo con contundencia la correlación de fuerzas entre sus propios componentes.



Ante ello, las reforma políticas propuestas por Felipe Calderón --visto espurio por millones de sus propios conciudadanos--, y la derecha de centrismo de quincalla del PRI y la pseudo izquierda partidista no es solución que satisfaga al pueblo. No. Y no.



Las propuestas de reformas políticas parten de premisas sofisteras –artificiosas-- para crear nuevos telones de fondo de engaño, simulación y espejismos, en una vieja tramoya para que la élite–el hampa— del poder refuerce su control; Son reformas desde arriba.



El propósito reformista adviértese en la inversión misma de las prioridades de aquél. ¿Por qué no reformar, antes el sistema económico neoliberal, brutalmente antisocial y, por ello, criminógeno y antipueblo? Por allí se debía empezar. Ceder bártulos al pueblo.



Empezar por que el pueblo escriba preceptiva y prescriptivamente qué clase de poder político y qué clase de Estado quiere, ya que sus representantes en el Ejecutivo y el Legislativo no son sus genuinos agentes. Son espurios. Legalmente.



ffponte@gmail.com

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