lunes, 6 de diciembre de 2010

Irlanda: nuevo capítulo de una historia interminable/II y último



Irlanda: nuevo capítulo de una historia interminable/II y último
Orlando Delgado Selley


MÉXICO, DF, 3 de diciembre (apro).- Escribíamos hace una semana que la crisis irlandesa –que llevó al gobierno a aplicar un ajuste draconiano al gasto público y a los beneficios sociales-- era un capítulo más de una historia que empezó a finales del siglo pasado y principios de este siglo XXI. Nadie sabía que había dado inicio una crisis, muy similar a las que el mundo ha vivido desde que los bancos aparecieron.

Decíamos que el capítulo uno de esta historia que parece nunca acabar, culminaba con las nuevas y sofisticadas prácticas bancarias de atomizar los créditos y derivar de cada unidad múltiples créditos, empaquetados, y regarlos por todo el mundo. Dichas prácticas, que a la postre fueron el germen de la crisis global, fueron alentadas, luego del ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York, por una política monetaria de tasas de interés casi en cero, con la que el gobierno estadunidense pretendía levantar a su economía, que se postró luego de aquellos sucesos.

El capítulo dos se abrió en agosto de 2007 con el estallido de la burbuja inmobiliaria. Los acreditados estadunidenses que firmaron las famosas hipotecas subprime, que eran las otorgadas a clientes de dudosa solvencia crediticia, dejaron de pagar masivamente sus créditos desde mediados de 2006. Pronto los créditos hipotecarios buenos se unieron al grupo de los morosos. La noticia llegó a los mercados donde se habían vendido los paquetes estructurados que contenían pedazos de diferente tamaño de créditos hipotecarios y otros créditos. De repente, quedó claro que el rendimiento ofrecido en los títulos representativos de los créditos no se pagaría.

Los que tenían esos títulos intentaron venderlos. Nadie estaba dispuesto a comprarlos. Bajaron el precio hasta encontrar compradores, lo que derrumbó el valor de los títulos. Pronto se secaron los mercados, es decir, todos ofrecían esos papeles a la venta y nadie compraba. Aparecieron los bancos centrales, la Reserva Federal estadunidense, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón y el Banco Central Europeo, inyectando maletas llenas de dinero. Para aplicar estas inyecciones esos bancos compraron los papeles que nadie quería comprar, dándoles a los tenedores dinero a cambio. Pensaban que con estos recursos el mercado se reanimaría y las aguas volverían a su cauce. No sucedió así.

El capítulo tres arrancó con palabras escritas en rojo, lo que los contadores usan cuando hay pérdidas: los bancos tuvieron que registrar contablemente las pérdidas. Los acreedores de los bancos se alarmaron, preguntándose si cumplirían con sus obligaciones y la realidad era que no podrían. Las dificultades se expandieron, los recursos que fueron inyectando los bancos centrales aumentaban. La Fed en unos cuantos meses le dio a sus bancos un monto de dinero equivalente a 12.5% del PIB estadunidense.

En el capítulo cuatro aparecieron los gobiernos que habían visto que los esfuerzos de sus bancos centrales habían sido infructuosos para controlar la crisis. Los gobiernos de los Estados Unidos, el Reino Unido, Alemania, Francia y muchos gobiernos de los países emergentes, decidieron que era indispensable que se incrementara el gasto público para defender a sus economías de los impactos de la crisis. El gobierno de Bush en febrero de 2008 aplicó un estímulo de 152 mil millones de dólares, equivalente a 1% de su PIB, que no sólo fueron insuficientes, ni siquiera fueron perceptibles los impactos en esa economía.

Cuando tomó posesión Obama como presidente de Estados Unidos tuvo que enfrentarse a una crisis que podía ser peor que la de 1929. El Congreso autorizó 787 mil millones de dólares, dedicados a alivio impositivo, ayuda directa a los Estados e individuos y proyectos que no solamente ayudaran a reconstruir la infraestructura actual, sino también invertir en las industrias del mañana. El gobierno de Obama y los otros del mundo que aumentaron el gasto público y disminuyeron impuestos tuvieron que endeudarse. De modo que aumentó el déficit fiscal como porcentaje del PIB de prácticamente todos los gobiernos del mundo: en EU pasó de -4.9 a -10.7, en el Reino Unido de -4.9 a -11.5, en España de -4.1 a -11-2, en Grecia de -7.7 a -13.5, en Irlanda de -7.3 a -14.3.

El capítulo cinco de esta historia de la crisis es el que parecía destinado a ser el final feliz de la historia. Las economías luego de 18 meses de recesión empezaron a crecer. Esto ocurrió a partir de julio de 2009. Con titubeos y sobresaltos, pero el crecimiento económico en los países desarrollados regresó, con unas pocas excepciones como España. Entre los países en desarrollo, la recesión duró menos y en el difícil año de 2009 casi todos lograron terminarlo con un muy ligero crecimiento o una caída muy pequeña del PIB, aunque también hubo excepciones, como México, que tuvo una contracción de 6.5%.

Esa recuperación tenía un grave problema: la producción se recuperaba lentamente, pero el empleo no. En realidad el desempleo seguía creciendo.

El mundo entero reconocía que había que mantener los estímulos, ya que retirarlos antes de tiempo no sólo podía inhibir la recuperación sino que el riesgo era volver a tener comportamientos recesivos. El FMI, otrora guardián de la ortodoxia, clamaba a voz en cuello que la recuperación era muy débil y frágil. Zoellick, presidente del Banco Mundial (BM), advirtió que se recuperaban las economías pero la recesión humana proseguía. Mantener los estímulos era claramente la consigna universal.

Pero el final feliz no llegó. Hubo necesidad de escribir un capítulo seis. En Grecia, a finales de 2009, llegó al gobierno el socialista Georges Papandreou, que advirtió que el déficit fiscal estaba notablemente subvaluado y que podía haber problemas para financiarlo. Las calificadoras, que habían sido cómplices de la crisis, inmediatamente dijeron que podían rebajar la calificación de la deuda griega porque el gobierno griego probablemente enfrentaría dificultades para pagar la deuda contratada. En dos meses la sobretasa para renovar los papeles de la deuda griega aumentó 4 puntos porcentuales.

Grecia pidió ayuda a sus socios del euro en febrero. El gobierno alemán le dio largas al asunto ya que estaba enmedio de un proceso electoral. Tres meses después, con un sobrecosto de 9 puntos porcentuales para la deuda griega, el 2 de mayo la Unión Europea y el FMI acordaron un plan de ayuda de 110 mil millones de euros, a cambio de un duro plan de ajuste fiscal por un monto de 30 mil millones de euros hasta 2015. Una semana después, ante los riesgos de contagio de otros deudores (Irlanda, Portugal y España), los ministros de Economía de la Unión Europea crearon un fondo de rescate financiero para los países de la zona euro por 750 mil millones de euros, 500 mil millones de la propia Unión y 250 mil del FMI. Con esa decisión se cerró ese capítulo.

Entre mayo y octubre pasados, la historia continuó con el capítulo siete, caracterizado por una serie de disputas entre países agrupados circunstancialmente. Una de esas disputas fue bautizada como la “guerra de las divisas”, enfrentando a EU con los países con grandes superávit comerciales: principalmente Alemania, China y Japón. El encono mayor era contra los chinos que, según los estadunidenses, subvaluaban artificialmente su moneda entre 40 y 60%, lo que explicaba su enorme superávit y el gran déficit de ello. La respuesta china era contundente: si nosotros devaluamos, ustedes le compraran a otro país que venda más barato que China y su déficit no se reducirá. Para los chinos, el problema de la economía estadunidense es estructural, no del tipo de cambio.

En medio de esa disputa, la Fed estadunidense decidió inyectar a su economía 600 mil millones de dólares en seis meses, equivalentes a 4.1% de su PIB, un apoyo mayor que todo lo que producirán Grecia e Irlanda en 2010. Las críticas fueron casi unánimes. Llegó la reunión del G-20, de noviembre 11 y 12 en Seúl, en la que se pensaba que probablemente se podría resolver algo.

Pero un poco antes de que esa cumbre iniciara, el 30 de septiembre el gobierno irlandés hizo público que el compromiso que había adquirido garantizando 100% de los depósitos que tenían los bancos irlandeses al momento del estallido de 2007 le costaría en 2010 entre 45 y 50 mil millones de euros, elevando su déficit fiscal a ¡32% de su PIB! El gobierno alemán, con la dureza que le ha caracterizado, convenció al francés para que declararan que en los casos en los que hubiera que apoyar financieramente a un gobierno, los bancos privados involucrados iban a tener que participar y perder lo que les correspondiera. El capítulo ocho había empezado.

Los grandes bancos e inversionistas del mundo, que son parte de eso que llaman “los mercados”, castigaron inmediatamente las deudas irlandesa, portuguesa y española, elevando el sobreprecio exigido. En la propia cumbre de Seúl del G-20, los ministros de Finanzas de la zona euro que estaban allí --Alemania, Francia, España, Reino Unido e Italia-- declararon que si hacía falta, apoyarían a Irlanda, y que eso de que los privados participarían de las pérdidas se estaba apenas estudiando. En el caso irlandés, no se trata de que su deuda pública se les estuviera encareciendo. En realidad sus próximos vencimientos son hasta junio de 2011. El problema son los pasivos de los bancos privados irlandeses con grandes bancos ingleses, estadunidenses y alemanes.

La parte central del capítulo ocho parece haberse terminado de escribir. Primero, el gobierno irlandés dijo que no requería recursos --en realidad si los requería pero pensaba solicitarlos después del proceso electoral próximo--; luego los ministros europeos presionaron para que los pidieran; después el gobierno irlandés señaló que en realidad sí los requería, y de inmediato los europeos insistieron al gobierno irlandés para que apurara la decisión formal de solicitarlos; finalmente, el domingo pasado el gobierno irlandés hizo la petición formal. Se trata de un monto de 80 mil millones de euros que se aportarían del fondo creado por la Unión, más 8 mil 300 millones aportados por el Reino Unido y otros mil 200 millones de euros por Suecia. A cambio se instrumentará un duro programa de ajuste con despidos de 20 mil empleados públicos, reducciones del salario mínimo y de los sueldos de los funcionarios y elevación de impuestos.

Parece claro que la historia sigue. Faltan seguramente varios capítulos más, pues el noveno ya es la deuda portuguesa y la española, tanto del gobierno como de los grandes bancos privados. El gobierno español ha anunciado un nuevo paquete de medidas para reducir el gasto público, intentando garantizar el cumplimiento de las metas comprometidas con la Unión Europea. La preocupación del gobierno español es que los grandes inversionistas del mundo les crean y que no les golpeen como a Grecia e Irlanda.

Lo que es evidente en la trama próxima, así como en toda la que ya hemos visto, es que ha habido millones de perdedores, los que fueron echados de sus empleos y no han podido colocarse de nuevo; los que tuvieron que dejarle sus casas a los bancos, y los jóvenes que buscan trabajo y no lo encuentran. También ha habido ganadores, son los que nunca pierden, porque cuando ocurre que sus empresas pierden, los gobiernos les rescatan. Esa trama de la historia es muy conocida.

Los banqueros, por su parte, siguen contentos y dispuestos a volver a las prácticas de originar y distribuir créditos tan pronto se consolide la recuperación.

Comentarios: o_selley2001@yahoo.com

Fuente: Proceso
Difusión AMLOTV

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