Nora Ruvalcaba Gámez
Con el primer ejército del México Independiente (1821) estimado en 16 mil hombres y dirigido por Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, que resultó de la fusión de fuerzas realistas y grupos guerrilleros insurgentes, se inició en el país la base organizativa de las fuerzas armadas que hoy son comandadas, quién lo creyera, por un gobierno usurpador.
Este ejército llamado trigarante, inspiró la elaboración del primer gran lábaro patrio de la nación mexicana que simbolizó las tres garantías que dieron en aquel momento razón y sentido a la unidad nacional: religión católica como la única tolerada en la nueva nación, independencia política en relación a España y unión entre realistas e insurgentes bajo el ideal de armonizar la convivencia pacífica entre indios, mestizos, criollos y españoles residentes en México.
Para fortuna de México, en la mitad del siglo XIX, el ejército liberal que restauró la república bajo el mando de Juárez, fulguró bajo los espejuelos de lumbre del General Ignacio Zaragoza, se hizo presente en los tratados de la Soledad del canciller Manuel Doblado, en la diplomacia de Jesús Terán Peredo, en la arrogancia de González Ortega, en las derrotas de Santos Degollado, en el sarape multicolor en que se envolvió el Coronel Nicolás Romero para recibir la descarga de los franceses y en el pabellón tricolor que frente a Palacio Nacional izara una mañana de julio de 1867, no disipada aún la humareda del Cerro de las Campanas, el triunfante indio de Guelatao con su ejército liberal que después redujo para continuar su obra educativa y de desarrollo económico que no se entenderían sin las Leyes de Reforma.
Con la primera gran revolución social del siglo XX, que el PRI transformó en un instrumento de dominación ideológica, derrocado el dictador Porfirio Díaz, asesinado Francisco I. Madero, removido el gobierno ilegítimo del usurpador Victoriano Huerta con el Plan de Guadalupe, (1913-1916), desconocido Venustiano Carranza por la Convención de Aguascalientes, vencida la División del Norte de Villa y liquidado el ejército libertador del sur de Zapata, el ejército constitucionalista comandado por el varón de Cuatro Ciénegas convoca al constituyente de Querétaro y nace en 1917 la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que incluye por primera vez los derechos sociales, hoy conculcados, por un presidente espurio que lanzó a las calles al ejército para justificar su lucha fallida contra el narcotráfico con el pretexto de que la delincuencia organizada está poniendo en peligro la seguridad interior del país, desviando los deberes y obligaciones superiores de las fuerzas armadas e imponiéndoles tareas que no les corresponden.
Con Lázaro Cárdenas, el ejército mexicano, dotó de armas a los campesinos para que repelieran las agresiones de los enemigos del reparto agrario y defendieran su nuevo patrimonio arrebatado a los terratenientes con instrumentos legales. El gobierno cardenista, a pesar de la expulsión del Jefe Máximo Plutarco Elías Calles, no logró acabar con los caudillos y caciques ni contener las recurrentes intromisiones extranjeras en la vida pública nacional. Cristeros y latifundistas desorejaban a los maestros y asesinaban agraristas, obligando a la persistencia y aumento de la actividad armada para garantizar la política de las expropiaciones que el cardenismo instrumento y que generó innumerables revueltas anticomunistas como las encabezadas por el rebelde potosino Saturnino Cedillo.
Asesinatos, cuartelazos, subversiones, traiciones, e intentos de golpes de estado, han marcado la historia del ejército mexicano. De poco sirvió que los generales y jefes militares que acaudillaron la Revolución Mexicana entregaran el poder a los civiles y a su partido de Estado que acabó sepultando los logros revolucionarios en el panteón del neoliberalismo. Nunca se olvidarán los hechos sangrientos de Tlatelolco, ni el otro Aguascalientes fundado en el sureste mexicano.
El ejército mexicano en tiempos de la usurpación panista desde diciembre de 2006 ha desplegado más de 50 mil militares para enfrentar a los cárteles de la droga cuyas pugnas han dejado más de 17 mil muertos en sólo tres años. Año tras año se sitúa entre las instituciones que más quejas por violación de derechos humanos tienen ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Ciudad Juárez es el más grande testimonio del rotundo fracaso del ejército mexicano en tareas de seguridad pública vinculadas a la delincuencia organizada. Este yerro expone elocuentemente la realidad del Estado Fallido con su gobierno usurpador.
Fuente: La Jornada Aguascalientes
Difusión: Soberanía Popular
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