Si quieres la paz, prepárate para la guerra
PESADILLA 2012
ABRAHAM GARCÍA IBARRA
(Exclusivo para Voces del Periodista)
De un solo impacto exclamatorio, la secretaria de Estado (USA), Hillary Clinton redimensionó naturaleza y móviles de la guerra mexicana contra el crimen organizado, al declarar que la creciente amenaza de una red bien organizada del narcotráfico en algunos casos se está transformando -o haciendo causa común- en lo que “nosotros consideramos una insurgencia en México y Centroamérica”. La hipótesis original sobre la campaña armada desatada por Felipe Calderón Hinojosa, se basó en el supuesto de que pretendía con ella legitimar su presidencia. En la tortuosa y ensangrentada ruta, el mandatario ha procurado lograr el consenso político y social con el argumento de que se trata de una cuestión de Estado, en la que ni el Presidente ni su partido pueden ser responsables exclusivos del combate y sus consecuencias. La crítica más recurrente a Calderón Hinojosa en ese tema, es el uso discrecional e indiscriminado de las Fuerzas Armadas en tareas policíacas reservadas al orden civil. Al comparecer en Nueva York, en un foro sobre política exterior, Clinton equiparó a México con la Colombia de hace 20 años. El Plan Colombia fue diseñado desde Washington para enfrentar en una estrategia combinada a los cárteles de la droga y a la guerrilla. Esto es, una pieza de la pinza de esa estrategia tiene como objeto sofocar la insurgencia, cuyas motivaciones de origen fueron sociales, políticas e ideológicas. Las fuerzas insurgentes, recordó la funcionaria, llegaron a ocupar 40 por ciento del territorio colombiano. Introducir ese término en el código de guerra en México, implica la legitimación de la participación de las Fuerzas Armadas en defensa del régimen, como ocurrió tras la sublevación zapatista hace 16 años. ¿Es ese el sentido de las palabras de Clinton, que postula la responsabilidad compartida entre los gobiernos de los Estados Unidos y México? Hillary Clinton no es una novata en esos menesteres. No habla irreflexivamente.
Lo quiero, lo mando:
Sirve mi voluntad de razón.
Juvenal
Como lo demuestra la técnica del matancero, o lo advierte en su caso el cirujano en la mesa de operaciones: Vamos por partes:
Una retrospectiva del
proceso de militarización
Una imaginaria realista: Aunque las primeras traducciones llegaron a México hacia finales de la década, desde 1996 el ex secretario de la Defensa de la administración de Ronald Reagan, estratega en guerra de baja intensidad y apasionado publicista del concepto narcoterrorismo, Caspar Weinberger, y Peter Schwitzer, pusieron en circulación el libro La próxima guerra (o la guerra que viene), al que incorporaron el capítulo Operación Azteca.
Dicha operación derivaría del derrocamiento del presidente mexicano “Lorenzo Zavala”, a quien suplanta “Eduardo Francisco Ruiz”, un profesor universitario formado por jesuitas, adicto sin embargo a Nietzche y Hegel. Su gobierno recalienta la reforma agraria y nacionaliza la banca y los seguros, ahuyentando la inversión extranjera. Obviamente los autores atribuyen a estos actos el desencadenamiento del caos que en un corto periodo provoca la emigración de un millón de compatriotas que amenazan la seguridad nacional de los Estados Unidos. Es hasta entonces cuando “se descubre” que “Ruiz” es un mandatario al servicio de los jefes del narcotráfico.
Es 2003. En abril, Washington determina que no puede tener un Irak en la vecindad sureña y dispone la ocupación armada de México. “Casualmente”, la Operación Azteca se acomete por Tamaulipas y la primera acción cautelar asumida por los comandantes de las tropas invasoras es el aseguramiento de los yacimientos petroleros. Se impondrá luego un “Presidente amigo” de los Estados Unidos.
Domesticar a los ejércitos hemisféricos: Dos años antes de la aparición del libro citado, en Miami, Florida, se realizó la llamada Cumbre de las Américas. El anfitrión fue Bill Clinton. (Siempre hemos sido buenos amigos, porque tenemos muchas cosas en común, ha dicho de él el gobernador nazi de California, Arnold Schwerzenegger). A los meses (julio de 1995), El Pentágono reunió en Williamsburg, Virginia a los ministros de Defensa latinoamericanos. Los estudiosos de Fuerzas Armadas que siguieron ese encuentro aseguran que, bajo el contraprincipio de soberanía limitada, los gobiernos ahí representados dieron su fiat a la iniciativa de planificación estratégica de la defensa hemisférica, sometiendo a los ejércitos de la región al control de El Pentágono, y una agenda que abarca: intercambio de información de defensa y doctrina de planificación estratégica; revisión de registros y acuerdos sobre armas convencionales; “educación” civil y militar y entrenamiento para la democracia, etcétera. ¡Qué rueda de molino!: Las instituciones jerarquizadas más cerradas, entrenadas “para la democracia”. Sobre esa jerigonza técnica señorea el término verdadero: Capacitar en contrainsurgencia a los militares y, ahí donde hay condiciones constitucionales específicas o mínimas, habilitarlos de policía en suplencia de los aparatos civiles.
Contrainsurgencia, un uso
envuelto en eufemismos
Ernesto Zedillo vende la soberanía mexicana: El año en que irrumpió la guerrilla zapatista en la escena política mexicana (1994) y después del asesinato de Luis Donaldo Colosio, el 1 de diciembre toma posesión de Los Pinos Ernesto Zedillo. En su primer mes de ejercicio presidencial, le revienta el maquinado error de diciembre. Bill Clinton, el amigo de Schwerzenegger, acude al descomunal salvataje del gobierno. A cambio, Zedillo cede en embargo la factura petrolera en garantía de pago. En abono de Zedillo, puede decirse que Carlos Salinas de Gortari lo dejó uncido al yugo: Desde 1991, en que se iniciaron las negociaciones del inicial Tratado de Libre Comercio, Salinas de Gortari aceptó un apartado secreto referido al tema del petróleo. La Comisión de Comercio Internacional del Congreso estadunidense lo reveló así: Las autoridades mexicanas estudian mecanismos alternativos que, sin modificar la Constitución y conservando para Petróleos Mexicanos (Pemex) el control nominal sobre el hidrocarburo, permitan la participación extranjera en el sector (…) El actual régimen mexicano ha dado muestras de desapego al orden constitucional, por su proclividad a aplicar mecanismos que le den vuelta a la Carta Magna.
Al año siguiente (1996) del cónclave de ministros de la Defensa de la región con sus jefes del Pentágono en Virginia, el gobierno de Zedillo se ganó su primera medalla: Fue el mandatario de América Latina que más estudiantes inscribió en la macabra Escuela de las Américas en el Fuerte de Benning. Para 1997, Zedillo superó en un solo año el número de militares entrenados como grupos de élite en 14 años anteriores. Aparecieron las primeras formaciones identificadas como Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE). Este programa derivó de un acuerdo suscrito en abril de 1996 entre los secretarios de la Defensa de México y los Estados Unidos. En 1997 también, 600 oficiales de la Armada de México fueron incorporados a dicho programa.
El asunto de los gafes amerita no precisamente una acotación: Existen evidencias testimoniales que reclutas mexicanos para formar esos grupos, por orden o autorización presidencial, fueron concentrados en una época en campamentos instalados en impenetrables zonas selváticas, limítrofes entre México-Guatemala-Belice. En esos campos de entrenamiento se aplicaba o aplica la experiencia de las Fuerzas Armadas guatemaltecas en materia de represión indígena a cargo de comandos de kaibiles, altamente especializados en la muerte, cuya bestialidad está documentada por organizaciones defensoras de los Derechos Humanos. Los que han dado seguimiento a los gafes aseguran que de éstos se han derivado desprendimientos que pasaron a las filas de los Zeta, cuya placenta fue fecundada en Tamaulipas por el cartel del Golfo, de donde se han esparcido con su mensaje exterminador por todo el territorio nacional.
(De acuerdo con estadísticas de la Agencia Antinarcóticos (DEA) de los Estados Unidos, de 1995 a 2003 el ingreso dinerario en México por excedentes del narcotráfico se elevó de 30 mil a 130 mil millones de dólares, casi 30 por ciento blanqueado en territorio mexicano al través de redes bancarias y empresas de diverso giro.)
Con Fox, la misma gata
nomás que maquillada
Vicente Fox y el Comando Norte (USA): Entre finales de 2001 y principios de 2002, en El Capitolio empezó a deliberarse con sordina sobre la formación del Comando Militar Norte de las Fuerzas Armadas norteamericanas para asignarle tareas encomendadas antes al Comando Sur. En la nueva estructura, era secreto a voces, estarían incorporadas las Fuerzas Armadas mexicanas. El Senado mexicano paró antenas y emplazó al panista Vicente Fox a que informara todo lo relacionado con ese proyecto, pues lo único que sabía la Cámara alta era lo que rescataba de la página web del Congreso estadunidense. Fiel a su espejo diario, Fox negó la información requerida.
Actuando como agente de protectorado, tuvo que ser el embajador de los Estados Unidos en México, Joffrey Davidow, quien ensayara una respuesta a la inquietud de los senadores. En ella, entre líneas y con el cuidado protocolario, el diplomático tácitamente reconoció la adhesión de las Fuerzas Armadas mexicanas al Comando Norte, si bien se trató de disimular el compromiso en supuestos mecanismos de consulta e intercambio de información, aunque aquí ya se observaban operaciones conjuntas en las costas nacionales para “la intercepción” de narcoactividades. Los legisladores mexicanos, pese a ello, continuaron en ascuas.
En reunión de mayo de 2002, en Mont Tremlant, Québec, una delegación parlamentaria mexicana quiso enterarse en voz de sus pares canadienses sobre qué papel estaba jugando su gobierno en el proyecto de El Pentágono. La callada por respuesta. La jefa de la delegación, la senadora priista Silvia Hernández anduvo como piloto de noche tratando de encontrar pistas sobre la materia y regresó a México meditando: Es un tema bastante inquietante.
Puesto sobre rieles el Comando Norte, Fox abordó el tren de la inercia operado por George Walker Bush bajo la insignia de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte, comadre amorosa de la Alianza Energética de América del Norte.
¿La diplomacia mexicana
no es una política pública?
Hasta donde llevamos consignado, la impresión más acuciante es que, en la relación con la Casa Blanca, los omnipotentes presidentes mexicanos -lo mismo del PRI que del PAN- han conducido la política exterior en el plano de la clandestinidad. La vinculación deuda externa-petróleo-militarización se presenta en un continuus arropado en la secrecía. Desde las primeras cartas de intención firmadas por el gobierno con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, para tratar de remontar la crisis económica recurrente, hasta la firma del TLCAN, la ASPAN o la AEAN, o los acuerdos entre los secretarios de la Defensa México-Estados Unidos, ese hilo conductor subyace a espaldas de la sociedad e incluso del Senado de la República, facultado por la Constitución en materia tan espinosa.
En su oportunidad, el académico e investigador John Saxe-Fernández lo advirtió: “El entusiasmo estadunidense por continentalizar la economía mexicana; es decir, someter las principales actividades económicas del país al dominio, control y administración de sus corporaciones petroleras, petroquímicas, gaseras, ferrocarrileras, eléctricas, portuarias, aeroportuarias, carreteras y de telecomunicaciones, coincide con los intentos prácticos de orden político-militar por mermar la soberanía de la Federación mexicana”.
La recapitulación del proceso de militarización mexicano -voluntario o compulsivo-, nos remite a una desembocadura perversa pero inequívoca: La negociación de la Iniciativa Mérida iniciada por Fox y Bush, y continuada por Felipe Calderón Hinojosa con el propio Bush y con Barack Obama, bajo cuyas banderas se desencadenó la sanguinaria guerra narca en 2006. Que la Casa Blanca nomine el financiamiento de esa iniciativa dentro del presupuesto para las guerras de Afganistán e Irak, habla por si solo de la naturaleza del conflicto mexicano.
Redimensionamiento de
la Iniciativa Mérida
El 8 de septiembre pasado marca lo que puede ser el giro colombiano en la conceptualización e instrumentación de la Iniciativa Mérida en tiempos de Obama-Calderón. Emplazada por la ex secretaria de Comercio de los Estados Unidos, Carla Hills, operadora de la Casa Blanca clintoniana en los amarres del Tratado de Libre Comercio, la secretaria de Estado Hillary Clinton declaró en Nueva York que en México los cárteles de la droga están demostrando más y más índices de insurgencia. Eso, dijo, hace que México se parezca cada vez más a Colombia hace 20 años. Para enfrentar el problema, razonó. se requiere una capacidad institucional y de seguridad pública mejorada y, donde sea apropiado, el apoyo militar, junto con la voluntad política. Como si ese apoyo militar no estuviera ya en las calles y ¡de qué manera!
Este es el eje del discurso de Clinton: “Déjenme decirlo claramente. Estados Unidos puede, debe y será líder de este nuevo siglo. De hecho, las complejidades y conexiones del mundo actual han otorgado un nuevo momento estadunidense; un momento en el cual nuestro liderazgo global es esencial, aun si frecuentemente tenemos que ejercer ese liderazgo de nuevas maneras. Este es un momento que tiene que ser tomado a través del duro trabajo y decisiones audaces, con el fin de sentar los fundamentos de un liderazgo estadunidense perdurable para las décadas venideras”. Esa es la retórica, trasladada al código de inteligencia bélica, que el ex secretario de la Defensa de Ronald Reagan, Caspar Winberger, emplea en su libro La próxima guerra y en su capítulo Operación Azteca, todo un portento de audacia anexionista, en el año que el gobierno mexicano dice festejar el bicentenario de la Independencia.
Fuente: Voces del Periodista
Difusión AMLOTV
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