La diversidad de ideas entre los artistas los priva de recibir los apoyos necesarios
Durante la década de los noventa, Guadalajara era la ciudad más grafiteada de América Latina
ANÍBAL VIVAR GALVÁN
Un grupo de jóvenes aprovechan el amparo de la madrugada y llegan a un local cualquiera en una avenida importante de la ciudad. Dos suben a la marquesina. La noche y la falta de alumbrado de la zona permite que los demás permanezcan vigilantes hacia ambos sentidos de la avenida. De sus mochilas, los que subieron sacan dos latas de aerosol que agitan vigorosamente por poco tiempo y comienzan a pintar en el muro a una altura que sea visible desde la calle. Mientras uno da la forma a las letras infladas, otro las viste de colores brillantes.
Uno de los vigilantes chifla para avisar que un carro, que a la distancia y por la noche parece ser de la policía, se aproxima hacia ellos. Los de la marquesina bajan pronto, conocen bien en donde apoyarse puesto que ya han subido varias veces, los otros caminan con naturalidad y pronto dan vuelta en la esquina, antes que los oficiales desde la patrulla se den cuenta que hay un grafiti más sobre ese muro.
Para los grafiteros este modo de realizar sus pintas, arriesgándose a ser detenidos o a caer de lugares elevados, es parte de la emoción y del interés de su arte, pues entre más riesgo represente la pinta más prestigio adquirirá el autor.
En Guadalajara el fenómeno del grafiti está presente desde hace más de 20 años y fue durante la década de los noventas cuando la capital de Jalisco era de las ciudades más grafiteadas a nivel América Latina, de acuerdo al sociólogo Rogelio Marcial Vázquez; agregó que proporción a su tamaño, durante esos años era muy grande la presencia de grafiti en las bardas de la ciudad.
Tags, bombas, murales y arte urbano
No todo lo que se pinta en un muro es grafiti. Existen diferentes tipos de acuerdo a su complejidad y al mensaje que desean transmitir. Algunos corresponden a la “personalidad” de quien lo pinta, otros sirven para denunciar o hacer notar cosas que existen en la sociedad, algunos más se clasifican de acuerdo al tipo de letra utilizada y si son clandestinos o con el permiso de los dueños de la finca donde se pintará la barda.
El portal mexicano de internet Graffitiarte.org define al tag como la señal que deja el tagger –palabra que señala a los que hacen este tipo de pintas– para “dejarse ver” en un territorio, esto sin la intención de denotar propiedad de la zona. El tag substituye el nombre del autor de las pintas y le da peso al apodo o seudónimo con el que será conocido, por lo que “su nombre pasa a segundo plano”.
Una variante del tag es el Scratch, hecho con piedra de esmeril o lija sobre vidrios o micas en la que se plasma la firma del tagger, éste es común encontrarlo en unidades de transporte público y cristales de bancos o minisuper.
Marcial Vázquez, investigador del Colegio de Jalisco, precisó que muchos de los grafiteros que hacen pintas más elaboradas comenzaron haciendo de su tag su firma personal “cómo cualquiera de nosotros hacemos una firma en un documento”. Este tipo de trazos muchas veces son simples e incomprensibles para quienes no son tagger. Según el especialista cerca del ochenta por cierto de los grafiteros no pasa de hacer sólo tags en sus cuadernos o en algunos muros.
Los grafitis elaborados con letras más “infladas o en forma de burbuja” reciben el nombre de bombas. Este tipo de escritura suele realizarse en un tiempo aproximado de 3 a 6 minutos según Grafittiarte.org. Muchas bombas son colocadas en muros de edificios o puentes peatonales, también cerca de edificios de gobierno y en algunos casos en las patullas y en los edificios de la policía.
“Un grafitero se volvió muy famoso por rayar el edificio de la policía (de Guadalajara) que está en Periférico”, recordó Marcial Vázquez.
Las bombas suelen contener nombres simples, sin mayor significado que identificar a su autor, se distinguen del tag por su elaboración y tipografía. Tanto las bombas cómo los tag y el scratch son considerados por mucha gente como sucios; se pueden encontrar casi en cualquier barrio de la ciudad y es poco común detener al autor por la rapidez con que lo elaboran.
Marcial Vázquez señaló que inclusive molesta a quienes se dedican a grafitis más artísticos. “Entre ellos dicen que ya cualquiera hace cualquier rayón y lo consideran grafiti”, apuntó.
El grafiti en mural, junto con el estencil –técnicas en las que se emplean moldes hechos en papel y una lata de pintura para formar figuras monocromáticas– y las pegatinas o stiquers con diseños elaborados por quien las pega, forman parte del llamado street art o arte callejero.
Tradicionalmente los murales eran colocados en lugares abandonados o poco poblados; su elaboración puede llevar varios días y se componen de personajes fácilmente identificables. Su mensaje suele ser de denuncia o reclamo social.
Actualmente en la ciudad existen grafiteros de murales, que al igual que los tagger, utilizan los espacios en las bardas que muchas de las empresas destinan cómo “áreas de grafiti” o “zona para artistas” en donde hacen sus creaciones.
Uno de ellos es el Peque, quien cuenta con varios murales en la ciudad además de tener varios años de trayectoria en este ámbito.
El Peque, grafitero muralista que ha logrado exponer sus trabajos en varias partes el mundo, es el autor de un mural realizado en el 2005 en la esquina de Federalismo y la calle Independencia. En el mural se podía observar el dibujo de una mujer semidesnuda. El Peque señala que ese mural fue atacado en tres ocasiones “hasta que la mujer casi desaparecía” lo que lo motivó a contraatacar colocando sobre el mural un personaje con una bolsa de papel en la cabeza con forma de mascara y “con la leyenda ‘santo manchador de mural’ porque en el ataque que le hicieron a mi mural le dejaron pintada una cruz”, recuerda Peque.
Rogelio Marcial señala que la competencia entre los grafiteros es constante, pues las nuevas generaciones buscan superar a quienes les precedieron, por lo que además de intervenir los murales que ya existen, realizan otras expresiones como el stencil y las pegatinas.
“Quieren diferenciarse, ya no quieren identificarse con los grafiteros y buscan hacer algo mejor y superar esas cosas” dijo y agregó que esto motiva a que los más jóvenes, en algunos pocos casos desde los 8 ó 10 años, comiencen a elaborar bocetos de tags o murales en sus cuadernos.
Técnicas mixtas y no tan democráticas
A pesar de que quienes practican un estilo, pocas veces empatan con algunos otros, existen trabajos dentro del arte urbano que resaltan por la perspectiva que ofrece la mezcla de dos o más técnicas. En el caso del mural combinado con estenciles localizado en el lobby de los baños de la Biblioteca Pública del Estado “Juan José Arreola” los rostros de varios autores son resguardados por un pergamino que cruza toda la habitación. La firma de los autores: Cocse, Wandu y Cuaco.
Cuaco Navarro, egresado de la licenciatura en artes visuales, confiesa que a pesar de no dedicarse de tiempo completo a elaborar murales bajo la técnica del grafiti –define sus trabajos como pinturas grandotas– considera que falta compresión por parte de la gente para entender que no todo lo que está pintado en una pared es grafiti; agrega que en muchos países la educación referente al arte que se imparte desde las primarias contribuye a que distingan un tag de un mural o un stencil.
Cuaco agrega que mientras que se analice todo bajo la estética de “que todo lo bonito es bueno” no se podrá tener una verdad apreciación del arte callejero que es más transgresivo que el arte que pide permisos para realizar instalaciones y que no es criticado de igual manera como el grafiti.
“Siempre terminan perdiendo los que no tienen los permisos porque sus expresiones de arte son relegadas”, dijo.
Por su parte, el muralista Peque señala que a pesar de contar con los permisos de los dueños de las bardas, la policía y las personas hostigan y molestan a quienes realizan las pintas.
“No les importa y te tratan corruptamente pidiéndote dinero y sembrándote alguna bronca, y lo digo por experiencia”, afirmó.
Dijo que tanto quienes pintan los murales de manera legal como ilegal sufren agresiones e insultos, “pero cuando terminamos un mural también hay cosas positivas, pues hay quien se acerca a felicitarte y hasta te saludan”.
Marcial Vázquez indicó que estas expresiones y el rechazo de algunos sectores pueden ser originados por considerarlo como un problema social.
“El grafiti es la ventana que nos permite ver una situación muy compleja de carencias, no siempre económicas”, dijo antes de señalar que en los últimos 20 años no han existido programas suficientes para atención a la juventud, en particular porque la diversidad de ideas en los jóvenes hace que los pocos programas no sean atractivos para muchos.
El investigador apuntó que la mejor manera de tratar el grafiti es analizándolo como el reflejo de un problema social y no verlo de manera aislada clasificándolo cómo el problema social.
Fuente: La Jornada de Jalisco
Difusión: Soberanía Popular
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